Seguimos encallados con el culebrón deportivo del verano que este año adopta el nombre de Cesc Fàbregas.
Porque claro, intentan poner al mismo nivel la presunta subasta por Alexis Sánchez y a quien no lo hemos visto nunca jugar, nos provoca un elegante encogimiento de hombros.
El primer tema mencionado sí que no deja a nadie indiferente y genera encendidos debates a favor y en contra de la venta.
Yo cuando lo veo con su brazalete de capitán y festejando goles señalando al público y besando el escudo, como que me viene un caso a la cabeza. A la cabeza del cochinillo.
Quizá se pueda argumentar que en el caso del de Arenys lo que busca en su salto cualitativo en la carrera porque lo de los colores cuando ya los abandonó hace unos años, no acaba de colar.
Ahora dicen que amenaza con declararse en rebeldía pero veremos si su cañón lanza unos obuses de verdad o si son de fogueo para hacer unas bonitas salvas en plan revetlla de Sant Joan.
Otro tema a considerar: si se acaba realizando el fichaje que resultaría en un fijo de más de cuarenta millones de euros ¿podremos decir que es un producto de la cantera? Yo digo que rotundamente no.
Lo del ADN y otras pamplinas está muy bien pero lo realmente cojonudo de tener una cantera o semillero que dicen los argentinos es que los frutos que recoges, además de estar implicados sentimentalmente, te han generado un coste bajísimo.
La solución es sencilla. Una vez que haya quemado todos los puentes que le permitan volver a Londres y si el Barça no quiere hipotecar su presente y futuro económico, traspaso que te crío al Inter y arreando.
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