A maçãninha

Imaginemos una empresa (la mía no cuenta porque no trabaja nadie) donde todo el mundo penca razonablemente y hay un individuo que se dedica nada más que a salir por la noche, llega tarde y su rendimiento es penoso. Y nadie le dice nada.
Su vecino de despacho/escritorio llega a la conclusión que sin pegar ni sello va a llegar al mismo sitio que con su esfuerzo con lo que empieza a rascarse las bolas hasta tener que vestir bombachos para evitar la fricción ya que los tiene en carne viva.
Y así se van sumando todos para acabar concursando a ver quién hace menos.
Esa es la sensación que me da el vestuario del Barça. Prácticamente los mismos jugadores de otras campañas, mantienen esta temporada una disciplina importante y físicamente van como aviones.
Además, se les han acabado las tonterías hasta de esconderse tras los aparatos electrónicos para escatimarle una firma a un pobre chaval que los espera a las puertas del hotel.
Todo es como más normal. Paseos el día de partido, comidas juntos, entrenamientos en la Ciutat Esportiva, ...
La conclusión es que la manzana podrida era el jugador que nos cambió la historia (y quizá otro más) o el entrenador que no supo poner fin al pudrimiento.
En el partido de ayer, sobre un terreno de juego impracticable, nueva muestra de autoridad.
Gran suerte que no se suspendiese el partido como lógica y legítimamente quería el cuerpo técnico del Barça.
¡Qué golpe de efecto y qué gustito verse primeros en la table un año y medio después! Como decía el anuncio: La feina ben feta no té fronteres.